Diversos
estudios realizados en el marco de la educación primaria resaltan que a mayor
protección de los padres de familia, menor es el nivel de autoestima que
desarrollan los hijos. La atención desmedida de los padres de familia al
comportamiento y desempeño escolar del hijo limita las experiencias de
autonomía y libertad necesarias para su crecimiento.
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“La familia
es la primera escuela del ser humano” declaran Carola Flores y Francisco Javier
Maldonado en la presentación de la investigación desarrollada en México y con
el aval de la Universidad de Guadalajara. En el contexto familiar se establecen
las pautas de interacción con la sociedad, se forja la personalidad del menor.
El entorno familiar actúa como instancia mediadora entre el ser humano y la
sociedad.
Los padres
acompañan la integración con un sentido de protección natural. Cuidan de sus
hijos para que no sufran daños en este primer contacto con la vida en común.
Como padre, guían los pasos de sus hijos durante los primeros años de vida.
Flores y
Maldonado resumen esta etapa inicial en la cual la familia cumple “la función
natural y original de ser una comunidad de vida y amor, la primera escuela de
valores humanos y sociales”.
La
incorporación de los hijos a la escuela obliga
a los padres de familia a adecuarse a unas nuevas condiciones. La
escuela contribuye en la formación y crecimiento educativo de los estudiantes.
Complementa la guía que reciben en la familia y asumen el primer nexo de los
hijos con la sociedad lejos de la observación directa de los padres.
El
especialista en psicología escolar, Arturo Rodríguez considera que los niños
requieren ciertos cuidados en relación con su edad. La escuela presenta un marco
de relacionamiento social primario en el cual los niños “deben alentar su
independencia y reducir la necesidad de sus padres”.
Para la gran
mayoría de los padres, esta etapa de desprendimiento es compleja. El primer día
de colegio, como padres, sentimos la mano de nuestro hijo aferrada a la
nuestra; entre lágrimas, ruegan continuar bajo la protección de los padres y no
alterar su comodidad pasando toda la jornada en el aula. Al cabo de unas
semanas, la mayoría de los niños abandona a sus padres, sin siquiera mirar
atrás, para reunirse con sus compañeros de aula. El hijo comienza a asumir sus
decisiones propias, relegando a un segundo plano a los padres.
Esta etapa
resulta traumática tanto para padres de familia como para los hijos. En algunos
casos, la sobreprotección de los padres impide una transición adecuada. Las
consecuencias de esta sobreprotección han sido ampliamente consideradas.
El psicólogo
Heike Freire considera que la sobreprotección
genera el efecto contrario al deseado: “Cuando, para proteger a los niños, no se les
permite hacer las cosas por sí mismos, se saltan etapas fundamentales del
aprendizaje, no se responsabilizan de las consecuencias de sus acciones, ni son
capaces de evaluar los riesgos; la probabilidad de que sufran accidentes se
multiplica por 100. El miedo y la desconfianza tienden a retroalimentarse: el
exceso de protección deja, paradójicamente, desprotegidos a nuestros hijos. Su
autoestima, su confianza en sí mismos y su creatividad se resienten”.
Un planteamiento similar
propone la docente de primaria Consuelo Hernández. Considera que la fobia
escolar, el miedo intenso para asistir a las clases, se presenta de manera
recurrente en los niños sobreprotegidos.
La investigación
desarrollada por Carola Flores y Francisco Javier Maldonado
identifica algunas consecuencias derivadas de la sobreprotección. Según el
estudio, situaciones como la falta de confianza, la dificultad para adaptarse a
entornos sociales nuevos, el rechazo a compartir materiales didácticos, o la
falta de predisposición para el trabajo colaborativo son comportamientos
recurrentes cuando los padres de familia se involucran en las actividades
escolares del hijo.
Flores y
Maldonado concluyen asumiendo que “un niño que ha crecido en un ambiente de
excesiva atención, preocupación asfixiante; puede encontrarse en su edad adulta
con graves problemas”. El psicólogo escolar Arturo Rodríguez amplía esta
situación al destacar la actitud de rechazo y aislamiento social que se produce
en un niño sobreprotegido. Identifica el
perfil del menor como alguien miedoso, inseguro y reacio a afrontar y resolver
problemas de aprendizaje.
De acuerdo a los estudios
realizados por Rodríguez, “la sobreprotección que algunos padres ejercen sobre
sus hijos, y que se manifiesta sobre todo en resolver todo tipo de problemas y
apartarlos de cualquier dificultad, unida a la permanente atención sobre ellos,
contribuye a hacer crónica la dependencia más absoluta de los niños y a impedir
el logro de la autonomía suficiente y de la seguridad en sí mismos”.
En este periodo de
transición, es fundamental que la familia reflexiones sobre su nuevo papel en
materia educativa. La conexión entre padres de familia y escuela se fortalece
con un diálogo fluido cuya finalidad se centra en el crecimiento del estudiante.
Los expertos recomiendan alentar positivamente al menor con demostraciones de
cariño, comprensión y comunicación. Se pretende crear un ambiente de bienestar
que favorezca las actitudes de seguridad y confianza en el niño.
El crecimiento físico, emocional
y educativo del niño le otorga mayores espacios de autonomía y determinación.
Poco a poco irá asumiendo una relación diferente con los padres. El clima ideal
para fortalecer un crecimiento ordenado requiere respeto y tolerancia en las
decisiones que se asuman. Paralelamente, es importante conocer y aceptar las
limitaciones, así como encauzar adecuadamente los sentimientos de pérdida,
dolos o rabia.
Los padres de familia deben
discernir hasta qué punto se involucran en la formación de sus hijos, saber cuándo
se debe intervenir y cuándo dejar que el niño construya sus propias soluciones.
La protección de los padres
hacia sus hijos supera, en ocasiones, los parámetros normales. Algunos padres
quieren revertir sus experiencias de infancia y se involucran intensamente en
las actividades de sus hijos. Con argumentos como “no quiero que mi hijo sufra
lo que yo he sufrido” o “esto compensa la ausencia de un padre”, se interviene
directamente en la fase de crecimiento de los hijos con una presencia
permanente y agobiante para el desarrollo del menor.
Arturo Rodríguez considera
que “a los niños sobreprotegidos se les transmite cierta inseguridad, la cual
se manifiesta cuando se encuentran sin la compañía de sus padres”. Destaca que
en esta etapa de crecimiento educativo del niño, es importante alentar la
confianza y el fortalecimiento de su autonomía.
EFECTOS DE LA SOBREPROTECCIÓN EN LOS HIJOS
·
Timidez y dependencia excesiva
·
Inadecuado e insuficiente desarrollo de habilidades sociales
·
Inseguridad en sí mismo y de su relación con los demás.
·
Falta de confianza.
·
No asume la responsabilidad de sus actos; son los padres los que
asumen la responsabilidad.
·
Inestabilidad emocional, pasa de un estado de alegría a uno de
tristeza y lloro son motivo aparente.
·
Miedos y fobias al separarse de sus padres.
·
Desarrollo insuficiente de habilidades y capacidades.
·
Desarrollo inadecuado de la empatía.
·
Falta de iniciativa propia y ausencia de creatividad.
·
Sentimiento de inferioridad e inutilidad.
·
Asume actitudes tiránicas con su entorno, un fuerte sentido de
posesión.
·
Manifiesta dificultades y retraso en el aprendizaje.
·
Le cuesta tomar decisiones de manera independiente y sin el respaldo
explícito de sus padres.
·
Inclinación hacia el pensamiento negativo y pesimista.
·
En casos más extremos, se observa tendencia a la depresión y a los
trastornos afectivos.
|
CÓMO FORTALECER LA AUTONOMÍA DEL NIÑO.
·
Plantearle problemas y dificultades para que los afronte de manera
individual y encuentre las soluciones adecuadas. La cantidad y profundidad
del problema será gradual.
·
Prestarle ayuda para solucionar los problemas no equivale a
solucionarlos directamente.
·
Considerar al hijo como semejante a los de su edad. Invitarle para que
haga las cosas que sus compañeros hacen, evitando diferenciarlo en su comportamiento
o capacidades
·
Propiciar encuentros con otros niños sin la presencia de los padres.
Relacionarse con otras personas (familiares o vecinos) ayuda al menor para
ganar en confianza.
·
Consolidar un ambiente propio, íntimo, en el que goce de un creciente
margen personal.
·
Dialogar con él de manera abierta, eludiendo los “interrogatorios” o
las preguntas permanentes.
·
Establecer límites claros que se deben respetar.
·
Comprender que alcanzar las cosas requiere un esfuerzo para
conseguirlas.
·
Aceptar al niño tal y como es, con sus virtudes y con sus
limitaciones.
|
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo"
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