El simple hecho de escuchar la palabra examen
provoca temor y ansiedad en los estudiantes. La evaluación del rendimiento
académico de cada estudiante resulta fundamental en el proceso educativo. Las
formas que dispone el docente para registrar el avance obtenido son
diversas.
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Cada año, al finalizar el curso escolar, los
nervios y las prisas inundan a los estudiantes. Llega la época de los exámenes
finales, ese momento donde se sienten al filo del abismo. Los exámenes
representan la barrera final, la frontera entre el éxito y el fracaso.
La evaluación centrada en el examen memorístico
se ha convertido en la práctica más extendida en los centros educativos. La
pedagoga Mercedes Orozco, de la universidad de Guayaquil, destaca la relevancia
histórica de las pruebas memorísticas o respuestas tipo test en los procesos de
evaluación. En su opinión, esta reincidencia encuentra su justificativo en la
facilidad que plantean para su corrección. La ejecución de evaluaciones cuya
corrección resulte inmediata aligera la labor docente. Orozco también destaca
el abuso de la evaluación como mecanismo para controlar y limitar el
comportamiento en el aula.
La generalización de estos comportamientos
provoca una reacción negativa ante las evaluaciones. Los estudiantes comparan los
exámenes con filtros de medición cuyo resultado se concentrará en un número. Un
número que sintetizará todo un año de trabajo.
La pedagoga ecuatoriana lamenta que aspectos como
la consolidación de un punto de vista personal y crítico o la adquisición del
saber y el conocimiento tengan una consideración reducida en los procesos de
evaluación. Considera que el sistema más extendido de evaluación se centraliza
en los resultados antes que fortalecer los procesos.
La evaluación es una parte fundamental en la escuela.
Supone un seguimiento sistemático al aprendizaje obtenido. Sin embargo, como
expresa la educadora argentina Lilia Toranzos, la evaluación no se limita a
realizar exámenes y pruebas calificables. En opinión de Toranzos, “toda
evaluación es un proceso que genera información”, con la cual, el docente,
replanteará las dinámicas pedagógicas dentro del aula.
La palabra evaluar tiene sus raíces en el vocablo
latino valere cuyo significado se
asemeja a valorar o asignar valor. En el contexto escolar, evaluar evoca un
proceso permanente y continuado para valorar los conocimientos, aptitudes y
rendimientos obtenidos en la clase. Manuel Fermín expone un concepto más
académico de la evaluación: “es un proceso sistemático, continuo e integral
destinado a determinar hasta qué punto fueron logrados los objetivos educativos
previamente determinados”.
Esta definición sintetiza los principios básicos
de toda evaluación:
-
Integridad.- toma en
cuenta todos los aspectos del crecimiento personal, desde lo cognitivo hasta lo
afectivo. Las corrientes de educación colaborativa enfatizan enormemente los
factores de interrelación y sociabilidad en las prácticas educativas.
-
Continuidad.- la evaluación trata de describir el conocimiento adquirido.
Por ello, los sistemas de medición deben ser permanentes, e identificar los
avances de manera continuada. El profesor que dispone un criterio de evaluación
constante obtendrá información ágil para alternar las dinámicas de enseñanza.
-
Complementariedad.- el docente
dispone de múltiples herramientas que ayudan a evidenciar los conocimientos
adquiridos durante el proceso de aprendizaje. Cada etapa de aprendizaje
contempla unas herramientas ideales para recabar la información necesaria.
Tanto al inicio del tema, como durante el desempeño del mismo, el docente
acompaña el afianzamiento del saber mediante diversas pruebas que permiten
conocer el cumplimiento de objetivos.
-
Consecución de
objetivos.-
¿Qué debe evaluar el docente? Esta pregunta ronda constantemente los procesos
de enseñanza. La correcta planificación del docente determinará tanto las
unidades temáticas que debe desarrollar como los objetivos de aprendizaje
necesarios para dominar el tema dispuesto. Estas definiciones deben
establecerse antes de cada unidad temática y, además, debe comunicársela con
claridad a los estudiantes. Tanto profesor como estudiantes conocen en camino
que deben recorrer, las metas que deben alcanzar y los indicadores de superación
que evaluarán el avance del tema.
-
Coherencia.- El docente
presenta dinámicas de evaluación que sean coherentes con su sistema de
enseñanza. Es frecuente encontrar profesores que profundizan en las dinámicas
grupales de trabajo y aprendizaje pero que aplican sistemas de evaluación
ajenos a la actividad desempeñada en el aula. Cada tema dispondrá de su propio
sistema de evaluación, de acuerdo a las dinámicas aplicadas por el docente.
Cuando este coherencia es lograda, el estudiante sentirá el proceso de
evaluación como parte del tema, como una dinámica de afianzamiento del
aprendizaje.
-
Objetividad.- las
diversas pruebas que utiliza el docente para constatar el avance alcanzado
requieren un grado importante de objetividad y transparencia para aplicarlas.
El estudiante debe identificar con claridad las pautas de evaluación. La
posibilidad de contrastar las respuestas de manera abierta ayudará a fortalecer
la confianza en el docente y a superar los miedos que estas pruebas de
valoración académica plantean.
-
Individualidad.- un buen
evaluador considerará las potencialidades reales de los estudiantes de manera
individual. Las políticas educativas diseñan objetivos y metas “de obligado
cumplimiento” para la generalidad de los estudiantes. Más allá de esta base,
cada docente tiene la responsabilidad de conocer las particularidades de los
estudiantes y exigirles en virtud del ritmo de aprendizaje de cada uno de
ellos. La flexibilidad en la exigencia permitirá a cada estudiante descubrir su
propio mecanismo de aprendizaje.
Mercedes Orozco incorpora una particularidad
nueva a la evaluación. Considera que la evaluación debe ser asistida. El apoyo
del docente durante las etapas de evaluación permitirá a los estudiantes
identificar sus errores y corregir los mismos. Esta concepción que proyecta
Orozco refuerza la idea de la evaluación como parte del proceso de aprendizaje,
es decir, una herramienta más para alcanzar los objetivos trazados al inicio de
cada unidad temática.
UN
PROCESO, DIVERSAS DIMENSIONES
En muchas
oportunidades se dibuja la evaluación como un duelo entre profesor y
estudiante. Entre bromas, se argumenta que el examen sirve al docente para
desquitarse de los malos momentos sufridos en el aula.
Por encima
de estos estereotipos, la evaluación involucra a estudiantes y docentes en un
mismo proceso.
La autoevaluación.- el estudiante asume el proceso de aprendizaje con una
perspectiva crítica. Como protagonista del aprendizaje, debe identificar los
objetivos alcanzados y aquellos en los que encontró dificultades para
alcanzarlos. La lectura que cada estudiante proponga de su propio proceso
será el indicador más objetivo del aprendizaje obtenido.
La
coevaluación.- la percepción de los
compañeros sobre el crecimiento académico obtenido por el estudiante es un
indicador significativo. Tanto en los trabajos en grupo, como en las pruebas
individuales, el criterio planteado por los compañeros permite dimensionar el
alcance obtenido. La coevaluación también puede involucrar aspectos propios
de la enseñanza, retroalimentando al docente con sugerencias para fortalecer
las dinámicas de aula.
La
heteroevaluación.- la
más conocida y aplicada de todas. El docente dispone una prueba, oral o
escrita, para recabar información sobre los aprendizajes obtenidos por los
estudiantes. La manifestación más extendida es el examen. Otras dinámicas
interesantes de evaluación externa o heteroevaluación se basan en ejercicios
que fomenten la plasmación del conocimiento en circunstancias de trabajo,
ejercicios que permiten al estudiante desarrollar un criterio propio de
solución.
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TIPOS DE EVALUACIÓN
Considerar la evaluación como un proceso
continuo y permanente en el aula implica proponer diversas formas de
evaluación diferentes. En cada etapa del proceso, el docente buscará una
información distinta que le permita enriquecer las metodologías de enseñanza.
Para cada una de estas etapas, dispone de herramientas diferentes.
Evaluación
diagnóstica.- su función se centra en detectar el conocimiento previo
que los estudiantes poseen. Antes de iniciar el tema, el docente tiene que
identificar el punto de partida. La evaluación diagnóstica revela esta
información. A partir de ella, el docente ajusta el tema para acercarse a las
experiencias de los estudiantes. La sintonía que se logra favorece la
motivación del estudiante.
Evaluación
formativa.- se implementa durante el desarrollo del tema. Permite
obtener información sobre el aprovechamiento académico y la efectividad de la
enseñanza. El docente recurrirá a este tipo de evaluaciones para reorientar
las actividades y validar el cumplimiento de objetivos.
Evaluación
sumativa o acumulativa.- al concluir cada tema, se considera pertinente una evaluación de
cierre. En esta prueba el estudiante debe mostrar un dominio de todo el
avance acumulado. Estas pruebas determinan el alcance del objetivo trazado al
inicio del ciclo. El resultado obtenido permite validar el logro del objetivo
y, a su vez, la efectividad del aprendizaje.
Si el docente detecta que alguno de los objetivos marcados no ha sido
cubierto, se encontrará en la necesidad de reforzar dicho aprendizaje para
alcanzar el éxito planteado.
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