Dedicada a los docentes

Revista Digital de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas, un proyecto de la Conferencia Episcopal de Bolivia.

miércoles, 12 de agosto de 2015

El castigo en la escuela: Cómo y cuándo aplicarlo



"Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite" La labor de educar al niño es difícil. El maestro afronta la enseñanza con una actitud de amor y entrega única. Cada estudiante se convierte en un “nuevo hijo” por el cual entregarse plenamente.

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El maestro, al igual que un padre, se encuentra con situaciones que lo superan. Son situaciones que provocan un sentimiento de impotencia. Quebrada la paciencia con la cual actúa en el aula, el castigo se presenta como un mecanismo disciplinario para restablecer el orden perdido.

El docente, en su papel de autoridad dentro del curso, funge como garante de la disciplina. Es el responsable de mantener un ambiente de respeto que favorezca las relaciones de aprendizaje. Como referente de autoridad, el profesor asume el compromiso de hacer cumplir la norma. Y, con esa misma atribución, es el responsable de implementar las sanciones correspondientes por quebrantar las “leyes del aula”. 

Muchos maestros consideran "natural castigar al niño cuando no atiende a las normas". Como responsables directos de la convivencia en el aula, dejar impune una infracción debilita su figura de guía, autoridad y tutor. La falta de una sanción efectiva y coherente con la falta cometida difunde un mensaje de permisividad al grupo.

El docente proyecta en la sanción un aprendizaje. El castigo plantea como enseñanza la corrección. Desde este punto de vista, la sanción se convierte en un refuerzo necesario dentro de la educación para la responsabilidad. El diálogo propuesto busca crear conciencia en el estudiante y cuestionarlo en torno a su comportamiento; busca un estudiante que dé respuesta por los actos que realiza.
Bajo esta perspectiva, el castigo pretende educar al niño y hacerlo responsable de sus actos.

Una investigación realizada en la Universidad de Antoquia, Colombia, sobre las sanciones que los docentes aplican en aula, resalta la subjetividad como el principal detonante del castigo. Ciertamente, plantean los investigadores, dentro del espacio de clase se producen innumerables acontecimientos que pueden provocar una llamada de atención o una sanción mayor. Más allá de estas faltas, la impotencia del docente para controlar el clima de relacionamiento en el aula define tanto el momento como la intensidad del castigo. Rara vez, describe el estudio, se percibe una relación directa entre la falta y la sanción.

Las leyes actuales protegen al estudiante frente a los castigos escolares, especialmente, los castigos físicos. En décadas pasadas, el profesor apelaba al cachete para restablecer la disciplina en el aula. En la actualidad, las amenazas sociales y legales contra el docente son tan latentes que el mismo profesor prefiere limitarse y no castigar a los estudiantes.El docente dispone otras alternativas de sanción que le permiten mantener la disciplina. La mirada y el tono de voz permiten al docente hacerle ver a un estudiante que su actitud o comportamiento no resulta adecuado.

Dejar impune la falta cometida por un estudiante desplaza la autoridad docente, relega su papel como guía del proceso de aprendizaje. La responsabilidad docente dentro del aula requiere premiar y sancionar a los estudiantes según corresponda.
La confianza existente entre el docente y los estudiantes favorece el diálogo como el mecanismo de sanción idóneo. Mediante el diálogo, el maestro genera las  pautas correctivas.

El diálogo posee un gran valor pedagógico. Con frecuencia, el profesor confunde el diálogo como un recurso unilateral. La opinión del docente identifica las trasgresiones y dispone las sanciones. La conversación se direcciona hacia el modo ideal de resolver los problemas que plantea el docente. El estudiante se limita a escuchar y asentir al maestro. Asume un sentimiento de culpa impuesto por la autoridad.
Cuando aparece la impotencia, el maestro no sabe qué hacer con el niño. Lo castiga desde su lugar como autoridad. Esta motivación para el castigo convierte al maestro en un maltratador, más que en un educador que busca rectificar un comportamiento inadecuado.

La poca participación del estudiante en este intento de diálogo provoca un resto de hostilidad y resistencia hacia el maestro. En este panorama que dibuja al docente comoautoridad plena, su figura se tiñe de cierto respeto temeroso. Ante esta posibilidad, el maestro tiende a regular su rol de autoridad para que fluctúe entre la comprensión necesaria y el rigor requerido en el aula. El docente apela al diálogo como mecanismo para prevenir las actitudes y comportamientos transgresores y, cuando no logró mantener el orden a pesar de las advertencias, la sanción le ofrece los mecanismos de restitución. Dentro del proceso de aprendizaje resulta igual de fundamental las dinámicas que garantizan el respeto como aquellas que castigan las infracciones. Ambas validan la posición de autoridad del docente.


ANTES DE CASTIGAR

El castigo supone una forma inmediata de sancionar al niño. Esta rapidez no conlleva un aprendizaje en el estudiante. Con más frecuencia de la deseada, el niño no logra identificar el motivo de la sanción y, por tanto, no puede revertir la situación previa.

1.    Intencionalidad
La habilidad de los niños, sobre todo en edades precoces, no es la misma que la de los adultos. La capacidad motriz presenta ciertas limitaciones semejantes a torpezas.

El ímpetu de los niños por “ser mayores” los lleva a actuar como adultos y, dentro de ese margen de torpezas, hacer cosas de manera inadecuada. Por eso, antes de sancionarlo, se plantea una reflexión previa. ¿El incumplimiento se debe a un acto voluntario de quebrantar las pautas o al desconocimiento de la pauta misma?

En el primer caso, la voluntariedad exige una medida que restituya la disciplina. Ante el segundo caso, se recomienda explicar la importancia del cumplimiento de las pautas como parte del bien colectivo.

2.    Expectativa
Las normativas educativas disponen el cumplimiento de ciertos contenidos académicos durante un determinado periodo de tiempo. Estas disposiciones obligan al docente a planificar sus clases y cumplir, de esta manera, los objetivos trazados.

El docente imparte las clases y estima un rendimiento parejo de los estudiantes. De esta manera constata el avance de contenidos.  El sistema de validación se sustenta en la comparación entre lo esperado y lo logrado.
Muchas veces, las expectativas no son alcanzadas por todos los estudiantes del mismo modo o al mismo tiempo. Cumplir los objetivos con este grupo de estudiantes requiere más paciencia y entrega.
Hacer las cosas de manera incorrecta no siempre es sinónimo de desidia o indisciplina. Con más frecuencia de la normal, antes de un castigo, se requiere una dinámica diferente para obtener el objetivo deseado.

3.    Solución
“Soluciona la causa y evitarás muchos problemas”. Este planteamiento pedagógico promueve una actitud diferente ante la indisciplina. La sanción duele, pero no enseña. Corregir comportamientos transgresores involucra dar solución a problemas reales.

El diálogo, como se expuso anteriormente, permite la búsqueda consensuada de soluciones. A través de la conversación, maestro y estudiante analizan las consecuencias que provoca el acto de indisciplina. Este diálogo permite al estudiante evaluar las implicaciones que tiene en los otros su desorden y, por tanto, le permite comprender la sanción impuesta. Sólo así, comprendiendo las causas y los efectos provocados por los actos propios, se evitará replicar los mismos.

4.    Tiempo
La decepción que puede sufrir un profesor ante una trasgresión provoca una reacción inmediata. En caso de no castigar la indisciplina, argumentan, puede provocarse un desorden mayor y crear un clima caótico en el curso. Por eso, la celeridad en la sanción ayuda a mantener el orden.

Esa misma celeridad, provoca excesos en el castigo y, por consiguiente, quebranta la relación de confianza en el profesor. Se genera una imagen del docente castigador, rígido, incluso, dictatorial.

La reacción inmediata, sobre todo cuando se perdió la paciencia, saca lo peor de uno mismo. La descompostura provoca gritos que desmerecen la figura del docente como autoridad equilibrada.

Antes de castigar, es bueno dar un tiempo, breve al menos, para evaluar el hecho alejado de aspectos emocionales. Permitirá buscar una sanción coherente con la falta, lo que provoca un aprendizaje inmediato para el estudiante.

La calma es la mejor compañía para el docente.

Finalmente, es bueno recordar el famoso dicho  "quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite".  El amor del docente debe sobreponerse a las situaciones más adversas y demostrar afecto ante un estudiante que, por lo general, de distancia de un entorno que considera agresivo.


  Fuente: Redacción "Diálogo Educativo"

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