Planificar el desarrollo de una clase consiste
tanto en la preparación de un contenido educativo como en la distribución
adecuada del mismo. La celeridad del mundo actual ha impuesto ritmos cortos de
atención y concentración. El reloj de los 20 minutos se establece como un
sistema de distribución de actividades en aula que alienta la respiración
intelectual.
La academia Deustche Welle impulsa un esquema de
trabajo para organizar la actividad del aula de acuerdo a los ritmos y
atenciones de los estudiantes. A esta dinámica, la califica como respiración
intelectual, puesto que hace una analogía con la función básica de la
respiración.
Los procesos de educación se organizan en
unidades temáticas. Con frecuencia estos bloques contemplan actividades
pedagógicas que asienten el aprendizaje. La rutina normal de trabajo consiste
en disponer el aprendizaje teórico en una sesión para aprovechar al máximo el
tiempo de aula. Mientras que las acciones más operativas quedan destinadas como
“tarea para la casa”.
La implementación de una clase teórica en la cual
el docente desglosa el conocimiento referido a la unidad temática plantea una
relación unidireccional. El docente se comunica con los estudiantes en una sola
dirección, sin proponer sistemas de interacción. Los expertos definen este
método como aprendizaje receptivo o de adsorción.
Este tipo de aprendizaje resulta poco llamativo
para un grupo de jóvenes que viven en un contexto de interacción permanente.
Una clase expositiva, por más que apele a recursos visuales, provoca la desidia
y el aburrimiento de los estudiantes.
Los estudios planteados por la academia Deutsche
Welle proponen una similitud entre la respiración humana y la respiración intelectual.
La comparación propuesta nace de un concepto base que percibe el aprendizaje
como una actividad natural, al igual que la respiración.
A partir de este modelo, el proceso de
aprendizaje se consolida en dos tiempos de acción. La inspiración y la expiración,
fortaleciendo la similitud con los ritmos de la respiración.
Las actividades receptivas equivalen a la
inspiración. El estudiante se predispone a recibir un conocimiento nuevo y por
ello abre sus vías de atención. El reto del docente radica en atrapar esa
puerta de la atención para compartir el aprendizaje dispuesto en la unidad
temática.
La inspiración apela a acciones como oír,
observar, leer; y también copiar o imitar. Son dinámicas de adsorción y
captación de contenido.
Conjuntamente con las actividades propias de la
“inspiración” pedagógica, se debe promover la expiración, la devolución por
parte del estudiante del aprendizaje asumido. Por ello, es necesario plantear
actividades que ayuden al estudiante a manifestar y expresar el conocimiento adquirido.
Algunas pautas para validar esta segunda parte consisten en hablar, escribir,
realizar, dibujar o expresar por uno mismo.
Al igual que en un proceso de respiración normal,
la inspiración y la expiración son complementos inmediatos. La planificación
del trabajo de aula involucra actividades y ritmos que compaginen ambas etapas:
inspiración y expiración académica.
¿Cómo distribuir las actividades? La Academia
Deutsche Welle plantea una distribución de tiempo en aula de acuerdo a la regla
de los 20 minutos.
La participación del docente se condensa en una
actividad expositiva que no debe durar más de 20 minutos. En el desarrollo de
esta primera etapa de enseñanza, el docente imparte el aprendizaje de manera
ordenada. Puede apelar a dinámicas como la conferencia o la clase teórica. Un
espacio en el cual el docente se convierte en el responsable del trabajo de
aula y tiene que despertar las ganas de aprendizaje de los estudiantes para que
“inspiren” el conocimiento dispuesto. Es importante que se respeten los tiempos
de “absorción” naturales, para no forzar a los estudiantes y garantizar la
atención plena durante la primera etapa del proceso.
Inmediatamente conectada a esta primera fase
expositiva, viene la espiración. Durante los siguientes 20 minutos de trabajo,
el docente cede el protagonismo a los estudiantes para que ellos sean los
responsables de demostrar lo captado en aula. En esta segunda etapa, los
estudiantes se convierten en el centro de la clase y adquieren un protagonismo
activo.
El estudiante plasmará en dinámicas individuales
o grupales el fruto de su aprendizaje. Las alternativas con variadas: dibujos,
gráficos, resúmenes, diálogos, acciones en equipo. En esta segunda fase, el
estudiante tiene que madurar y consolidar sus propios conceptos. Al expresarlo
de manera pública, al “expirar”, el docente evalúa, de manera ágil, la
pertinencia de lo aprendido.
Los últimos minutos de la clase permiten un
espacio de intercambio más activo para asentar y corregir aquellos aspectos que
han quedado pendientes.
Lo destacado de esta dinámica de distribuir los
ritmos del aula de acuerdo a los periodos de la respiración parte de la
naturalidad misma del proceso. Para los estudiantes, la interacción es un
proceso habitual fruto del contexto en el que se desenvuelven. Esta
predisposición a intercambiar conceptos
e ideas se valida en una clase en la cual ambos, estudiantes y docentes,
disponen del tiempo y el espacio para intercambiar sus impresiones.
Fuente: Redacción Diálogo Educativo
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