Llega
fin de año y, ansiosos, esperamos la libreta escolar. Unos números sintetizan
el esfuerzo y trabajo de un año. Unos números separan el logro del fracaso.
Como
padres, deseamos ver a nuestros hijos con las calificaciones más altas.
Consideramos que las notas más sobresalientes corresponden a los estudiantes
más inteligentes. Paralelamente, las notas más bajas se han convertido en
sinónimo de torpeza y falta de capacidad.
¿Es
posible resumir el trabajo, esfuerzo y aprendizaje de un año escolar en una
calificación final? ¿El crecimiento humano y académico de un estudiante se
puede valorar con una cifra? Son preguntas que refuerzan su inquietud a la
conclusión de cada gestión escolar.
El
profesor de la Universidad de Massachusetts (Estados Unidos), Robert Swartz,
reflexiona sobre el sistema de calificación y evaluación que se utiliza de
manera común en los centros escolares. Desde su perspectiva, percibe un interés
general en crear indicadores sencillos para validar la calidad de la educación.
Los organismos tradicionales, nacionales e internacionales, que trabajan en pro
de la educación, centran sus esfuerzos en mejorar estos resultados básicos. En
la medida que mejoran los indicadores logran aumentar sus presupuestos de
ejecución y obtener medallas de reconocimiento.
Las
investigaciones realizadas por Swartz le permiten afirmar que las evaluaciones
escolares están direccionadas para probar puntualmente la memoria del
estudiante. Los docentes, insiste, “preparan a los estudiantes para las
pruebas”.
El
sistema educativo generalizado ha implementado el método de la repetición para
garantizar resultados positivos. Las metodologías de trabajo repiten una y otra
vez los conocimientos aprendidos para obtener niveles satisfactorios a fin de
año. Este sistema valora el resultado antes que el rendimiento.
El Centro Nacional para la Enseñanza del
Pensamiento (NCTT, siglas en inglés) avala los estudios de Robert Swartz. A
raíz de los resultados obtenidos, proyectan nuevas formas de calificación
escolar que valore efectivamente las “capacidades, habilidades y conocimientos”
de los estudiantes, es decir, pruebas que se centren en el crecimiento de la
persona.
Proponen
una renovación del modelo educativo en favor de las generaciones futuras. “Hay
que tomarse seriamente la manera en que se educa” expresa Swartz y superar la
tradición examinadora que impera. La enseñanza orientada por las pruebas “de
memorización” provocan un aprendizaje aburrido.
El
docente se debe transformar en un “guía de aprendizaje” para “abrir la mente”
de los estudiantes. El nuevo docente se transforma en un compañero de viaje que
alienta la “capacidad creativa y crítica” de cada estudiante, capacidades que
debe descubrirlas y desarrollarlas por su propio impulso motivador.
El
contexto actual en el cual se desarrolla la educación alienta esta “verdadera
revolución”, tal y como lo expresa Swartz. La entrada de las tecnologías de
información y comunicación en los espacios educativos permite nuevas ventanas
al conocimiento. Los estudiantes tienen la oportunidad de acceder fácilmente a
una infinidad de preguntas y respuestas que iluminan el aprendizaje.
Los
docentes ayudan el descubrimiento que cada estudiante activa. Orientan sus
búsquedas para despertar la inquietud y el valor crítico que les facilite la
selección de contenidos. “No se trata de censurar” el uso de las nuevas
tecnologías, sino de orientar sensatamente para que el estudiante conozca los
riesgos y pueda utilizarlas “como herramientas útiles” para el conocimiento,
sentencia Swartz.
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo"
Una producción de la Casa Editorial Bienaventuranzas
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