- El sistema educativo dedica poco espacio para la
formación ética y ciudadana. La convivencia permanente con maestros, padres de
familia y estudiantes promueve un ambiente idóneo para forjar los valores
democráticos. Los contenidos pedagógicos de cada asignatura permiten una
experiencia democrática interesante.
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
Se
ha hablado mucho sobre la responsabilidad de la escuela para preparar a los
estudiantes ante la vida. Términos como competencia, adaptación y capacidad han
llenado muchos informes. “En las escuelas de hoy, se forma al hombre de
mañana”, reiteran los expertos. Fruto de esta preocupación generalizada, se
revisan una y otra vez los contenidos curriculares, se financia la integración
digital dentro del aula, y muchas otras acciones en procura de “actualizar” la
educación.
La
escuela se dispone como un espacio inmejorable para abordar la reflexión y
vivencia de los valores democráticos. La formación democrática también es parte
de la educación para el futuro que se reclama. Sin embargo, se percibe una resistencia
para profundizar en la enseñanza de la democracia. ¿Por qué se aparta el
ejercicio democrático del aula?¿Por qué se restringen los momentos de debate e
intercambio en las aulas?¿Cuál es el motivo por el cual la democracia apenas
incide en el contenido curricular?
Marcia
Prieto, directora del Instituto de educación de la Universidad Católica de
Valparaiso (Chile), remarca que “una de las funciones de la escuela es educar
para la democracia”. Alienta el desarrollo de capacidades y habilidades para la
convivencia social a través de la vivencia de valores como la solidaridad, la
participación y el respeto. La escuela debería convertirse en un pilar
fundamental para la enseñanza de la democracia, refuerza la idea Débora Kozak
desde su blog “Pensar la escuela”.
Para
ambas autoras, le escuela se convierte en el escenario de vivencia democrática
más importante en la vida del estudiante. Tanto en primaria como en secundaria,
los estudiantes conviven en un entorno de construcción colectiva.
En
1993, el director general de la UNESCO afirmaba que “la educación para la
democracia implica el empoderamiento de todos los individuos para la práctica
activa y responsable en todos los ámbitos de la vida política y social”.
Resaltaba algunos beneficios derivados de la formación democrática en el aula.
Dos décadas después, seguimos transitando mundos
paralelos: la realidad pasa por un lado y la escuela continúa defendiendo
fuertemente su burbuja de contenidos y metodologías tradicionales. En la medida
en que no se tiendan puentes entre ambos universos estaremos cada vez más lejos
de solucionar uno de los principales problemas que aborda hoy la enseñanza: la
falta de interés de chicos y jóvenes por aprender lo que se les quiere
transmitir.
La
integración de la democracia como parte del currículo escolar se percibe como
un enriquecimiento de la experiencia escolar que los jóvenes deben vivenciar.
Así lo considera Prieto en su informe “Educación para la democracia: un desafía
pendiente”.
Para
la mencionada autora, la participación de los estudiantes, cualquiera
sea su edad, constituyen principios orientadores de escuelas que desarrollan en
sus alumnos sus capacidades creativas, incentivan su participación en la toma
de decisiones y la generación demandas, favorecen la producción de comentarios
analíticos y constructivos, y valoran sus acciones cuando les asignan
responsabilidades.
Los
autores consultados coinciden en resaltar una supuesta “neutralidad pedagógica”
como argumento para relegar el tema. Incluso, se presentan argumentos relativos
al exclusivo rol de los padres para asumir la orientación democrática
(confundida como orientación política) de los padres.
La
escuela está llamada para “organizar e implementar “prácticas educativas que
fomenten procesos deliberativos y la participación activa conducente al
desarrollo integral de los estudiantes y al cultivo de los valores democráticos”
insiste Marcia Prieto.
La participación se vive con actos democráticos,
desde la posibilidad
de formar parte de un grupo expresando opiniones,
cooperando en una
actividad, situación u oportunidad. Por otro, se refiere a la
posibilidad de
hacerse parte de algo, la que se materializa en la capacidad de
tomar
decisiones acerca del propio destino y muy especialmente de las
situaciones que les afectan en el contexto de su comunidad escolar.
En efecto,
la participación representa un proceso de comunicación, decisión y ejecución
que permite el intercambio permanente de conocimientos y experiencias y
clarifica el proceso de toma de decisiones y compromiso de la comunidad en la
gestación, programación y desarrollo de acciones conjuntas.
La educación para la democracia es aplicable en
todos los niveles educativos. Los estudiantes de secundaria, en muchos
colegios, han experimentado, de alguna forma, el proceso de selección/elección
de representantes de curso. Han avanzado en un proceso consciente de validación
democrática. En el ciclo de primaria pareciera más complicada la experiencia de
valores democráticos. Apelamos, desde una perspectiva de comodidad, la
inmadurez de los estudiantes como argumento exculpatorio.
Prieto y Kozak coinciden en destacar que la
actitud democrática primaria en el aula se centra en la capacidad de expresión
de opiniones. La participación esencial en toda democracia, al igual que en el
ejercicio de aula, consiste en el la cualidad de saber escuchar y expresarse en
el margen del respeto y la tolerancia.
Por ello, insisten ambas autoras, el
docente promueve un espacio democrático en el acto de escucha al estudiante
como paso previo al ejercicio permanente del diálogo. De esta manera, el aula
recrea un espacio de vivencia similar al contexto social actual y futuro en el
cual se desenvolverá el estudiante. La vivencia de valores como participación,
respeto y tolerancia permite a los estudiantes actuar como sujetos solidarios y
críticos ante la realidad escolar y social que los envuelve.
Los docentes debemos superar el
temor a perder el control del aula.
Durante mucho tiempo se ha asentado la
autoridad docente en criterios de madurez, responsabilidad y comprensión. Hoy
en día, estos argumentos son contradictorios con los contenidos que se enseñan
en el aula.
Más allá de un discurso de renovación pedagógica que impera entre
la mayoría de los docentes, el estudiante debe convertirse en el protagonista
del proceso de enseñanza y aprendizaje. Y eso sólo se logrará si participa del
mismo en plenitud de sus derechos.
La democracia no es un hecho externo a la escuela;
es un ejercicio permanente que se plasma en cada acción efectiva o discursiva.
Parece que en las instituciones educativas en algún momento nos desviamos un
poco de estas ideas.
EN EL AULA
¿Cómo desarrollar el concepto y la vivencia de
la democracia en el aula? ¿Cómo integrar las asignaturas en virtud de una
trasversal tan relevante?
- Área de
comunicación y lenguaje.- como se planteó anteriormente, la capacidad
de expresar la opinión de manera respetuosa y adecuada es la mejor forma de
alentar la participación democrática. Como docentes tenemos que trabajar la
cualidad de escucha activa. Otros ejercicios que se pueden implementar desde
el área de comunicación plantean la oportunidad de replicar campañas y
procesos de elección dentro del aula y del centro escolar.
- Área de
ciencias sociales.- a lo largo de la historia se ha trasformado
el concepto de democracia. Las múltiples culturas han sumado importantes
valores a la vivencia democrática. Paralelamente, en ciertos momentos de la
historia también se han vivido amenazas severas a la convivencia democrática.
Desvelar este contenido ayuda sobremanera a repensar el valor de la
democracia y el rol que, como ciudadanos, jugamos en ella.
- Área de matemáticas.- el factor
estadístico dentro de un proceso electoral es clave. Entender cómo se
trabajan las estadísticas, los porcentajes y los niveles de asignación de la
repartición de escaños permiten un desarrollo activo del concepto
democrático.
- Área de valores,
espiritualidad y religiones.- indudablemente, siempre hemos considerado
que el aprendizaje de los valores democráticos correspondía al área de
desarrollo humano y espiritual. Se trata de proyectar el contenido teórico a
experiencias reales de vida y convivencia.
¿Qué más acciones podemos provocar en el aula?
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario