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Las redes
sociales cuentan cientos de historias a diario. Hoy, compartimos una emotiva
publicación de una madre orgullosa de la profesora de aula de su pequeño hijo.
Una forma de enfrentar el bullying interviniendo en el día a día de la clase.
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Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
Las situaciones
de acoso escolar se han convertido en un tema de prioridad dentro de las
políticas educativas. A nivel mundial se ha debatido los diversos métodos
legales y pedagógicos para sancionar la violencia en las aulas. De cuando en
cuando, las noticias irrumpen con un lamentable hecho de violencia fruto de una
respuesta desmedida provocada por la impotencia del “abusado”. Los profesores
tratan de intervenir en la convivencia de los estudiantes a fin de evitar estos
extremos.
En días
pasados, una madre compartió en las redes sociales el método de trabajo que la
profesora de su hijo de 11 años aplicaba en el aula.
Compartimos
el testimonio por la espontaneidad y naturalidad del relato.
“Hace unas semanas fui a la escuela de mi hijo
Chase para hablar con su profesora. Previamente le había mandado un correo
electrónico diciéndole: “Chase asegura que la tarea que le manda usted es de
matemáticas, pero no sé si creérmelo o no. ¡Ayuda, por favor!”. A lo que ella
me contestó: “¡No hay problema! Puedo darle clases de repaso a Chase por las
tardes”. Y yo respondí: “No, no a él. A mí. Él lo entiende muy bien. Ayúdeme a
mí”.
Así fue como
terminé de pie frente a la pizarra de un aula vacía de quinto grado mientras la
maestra de Chase, sentada detrás de mí y con voz afable, trataba de ayudarme a
entender “la nueva forma de enseñar la división larga”. Por fortuna, no tenía
mucho que desaprender porque nunca había entendido realmente la “vieja manera
de enseñar la división larga”. Tardé una hora en hacer una sola operación,
pero al menos pude darme cuenta de
que le había caído muy bien a la profesora.
Después nos
sentamos para hablar sobre la importancia
de la enseñanza de los niños, de por qué es un deber sagrado y una gran
responsabilidad, así como sobre cómo moldear sus pequeños corazones para
convertirlos en contribuyentes de una comunidad, y discutimos sobre nuestro
mutuo anhelo de que las comunidades pudieran estar conformadas por individuos
que ante todo fueran amables y valientes. Entonces me contó esto:
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Todos los
viernes por la tarde pide a sus alumnos que tomen una hoja de papel y escriban los nombres de cuatro niños con los que les
gustaría sentarse la semana siguiente. Los chicos saben que ese deseo puede o
no cumplirse. También les pide que nombren al compañero que, según su opinión,
tuvo un comportamiento ejemplar durante esa semana. Los niños luego le
entregan las hojas sin revelar nada a los demás.
Y cada
viernes por la tarde, una vez que los niños ya se han ido a casa, la maestra
toma esas hojas, las pega en la pizarra y las analiza en busca de patrones. ¿A qué niño nadie menciona como
compañero de asiento deseable? ¿Cuál no nombra a ninguno con el que quiera
sentarse? ¿A qué alumno nadie lo
elige nunca? ¿Quién tenía mil amigos la semana pasada y ninguno esta semana?
La maestra
realmente no busca una nueva forma de distribuir a los alumnos en las clases,
ni aquellos que muestran un “comportamiento ejemplar”. Lo que busca es identificar a los niños solitarios, a los que
tienen dificultades para vincularse con sus compañeros. De este modo
descubre a los chicos que han caído en las grietas de la vida social del grupo,
así como aquellos cuyos dones pasan inadvertidos para sus compañeros y, ante
todo, quiénes son víctimas de
bullying y quiénes son los abusivos o acosadores.
Como madre y
ferviente defensora de los niños que soy, creo que es la estrategia de combate
más amorosa que he conocido. Es como tomar una radiografía de un aula para
traspasar la superficie de las cosas y ver el corazón de los alumnos. Es como
excavar una mina en busca de oro, siendo el oro esos niños que requieren un
poco de ayuda, que necesitan que los adultos intervengan y les enseñen cómo hacer amigos, cómo invitar a
otros a jugar, cómo unirse a un grupo o cómo compartir sus dones. Y es
una forma de detener el bullying, porque todo maestro sabe que el acoso suele
ocurrir fuera de su mirada, y que a menudo los niños que lo padecen se sienten
demasiado intimidados como para contarlo. Pero, como dijo la maestra de
Chase, la verdad sale a relucir en
esos trozos de papel confidenciales.
Cuando la
maestra terminó de explicarme su sencilla pero ingeniosa idea, muy admirada le
pregunté:
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¿Y cuánto
tiempo lleva usando ese método?
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Desde lo de
Columbine —dijo—. Todos los viernes por la tarde desde lo de Columbine.
El 20
de abril de 1999, dos estudiantes de bachillerato de Columbine, en Littleton,
Colorado, irrumpieron en la escuela con armas de fuego y mataron a 13 personas
-12 alumnos y un profesor- e hirieron a más de 20.
Esta
brillante mujer escuchó la noticia de la masacre sabiendo que toda la violencia empieza con la
desvinculación, que todo el odio hacia el exterior comienza como soledad
interior. Observó la tragedia sabiendo que los chicos a los que nadie hace
caso, a la larga pueden hacerse notar por cualquier medio y a cualquier coste.
De este
modo, decidió iniciar una lucha
contra la violencia en el mundo que tenía a su alcance: con sus alumnos de
primaria. Lo que la maestra de Chase hace cuando se queda sola los
viernes por la tarde en el aula, mientras analiza las listas de los nombres
escritas con mano temblorosa por niños de 11 años, es salvar vidas. Estoy
convencida de eso.
Y lo que
esta matemática ha aprendido al usar su método es algo que en realidad ya
sabía: que todo, incluso el amor,
sigue un patrón. Ella identifica patrones en su aula, y mediante esas
listas descifra los códigos de desvinculación. Luego da a los niños solitarios
la ayuda que necesitan. Sencillamente es increíble.
La maestra
de Chase se va a jubilar este año. ¡Qué manera de pasar una vida! Buscando patrones de amor y soledad,
interviniendo todos los días y alterando la trayectoria de nuestro mundo”.
Como
sociedad, hemos desarrollado un nivel de exigencia crítica hacia nuestros
profesores. Pensamos que ellos deben resolver todos los problemas que quedan
pendientes en la casa. Y por ello, dejamos de valorar el esfuerzo que, a
diario, realizan en el aula.
¿Te
animas a contarnos las experiencias exitosas de nuestros docentes?
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Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
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