"Quiéreme cuando menos lo merezca, porque
será cuando más lo necesite" La labor de educar al niño es difícil. El
maestro afronta la enseñanza con una actitud de amor y entrega única. Cada
estudiante se convierte en un “nuevo hijo” por el cual entregarse plenamente.
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El maestro, al
igual que un padre, se encuentra con situaciones que lo superan. Son
situaciones que provocan un sentimiento de impotencia. Quebrada la paciencia
con la cual actúa en el aula, el castigo se presenta como un mecanismo
disciplinario para restablecer el orden perdido.
El docente, en
su papel de autoridad dentro del curso, funge como garante de la disciplina. Es
el responsable de mantener un ambiente de respeto que favorezca las relaciones
de aprendizaje. Como referente de autoridad, el profesor asume el compromiso de
hacer cumplir la norma. Y, con esa misma atribución, es el responsable de
implementar las sanciones correspondientes por quebrantar las “leyes del
aula”.
Muchos
maestros consideran "natural castigar al niño cuando no atiende a las
normas". Como responsables directos de la convivencia en el aula, dejar
impune una infracción debilita su figura de guía, autoridad y tutor. La falta
de una sanción efectiva y coherente con la falta cometida difunde un mensaje de
permisividad al grupo.
El docente
proyecta en la sanción un aprendizaje. El castigo plantea como enseñanza la
corrección. Desde este punto de vista, la sanción se convierte en un refuerzo
necesario dentro de la educación para la responsabilidad. El diálogo propuesto
busca crear conciencia en el estudiante y cuestionarlo en torno a su comportamiento;
busca un estudiante que dé respuesta por los actos que realiza.
Bajo esta
perspectiva, el castigo pretende educar al niño y hacerlo responsable de sus
actos.
Una
investigación realizada en la Universidad de Antoquia, Colombia, sobre las
sanciones que los docentes aplican en aula, resalta la subjetividad como el
principal detonante del castigo. Ciertamente, plantean los investigadores,
dentro del espacio de clase se producen innumerables acontecimientos que pueden
provocar una llamada de atención o una sanción mayor. Más allá de estas faltas,
la impotencia del docente para controlar el clima de relacionamiento en el aula
define tanto el momento como la intensidad del castigo. Rara vez, describe el
estudio, se percibe una relación directa entre la falta y la sanción.
Las leyes
actuales protegen al estudiante frente a los castigos escolares, especialmente,
los castigos físicos. En décadas pasadas, el profesor apelaba al cachete para
restablecer la disciplina en el aula. En la actualidad, las amenazas sociales y
legales contra el docente son tan latentes que el mismo profesor prefiere
limitarse y no castigar a los estudiantes.El docente dispone otras alternativas
de sanción que le permiten mantener la disciplina. La mirada y el tono de voz
permiten al docente hacerle ver a un estudiante que su actitud o comportamiento
no resulta adecuado.
Dejar impune
la falta cometida por un estudiante desplaza la autoridad docente, relega su
papel como guía del proceso de aprendizaje. La responsabilidad docente dentro del
aula requiere premiar y sancionar a los estudiantes según corresponda.
La confianza
existente entre el docente y los estudiantes favorece el diálogo como el
mecanismo de sanción idóneo. Mediante el diálogo, el maestro genera las pautas correctivas.
El diálogo
posee un gran valor pedagógico. Con frecuencia, el profesor confunde el diálogo
como un recurso unilateral. La opinión del docente identifica las trasgresiones
y dispone las sanciones. La conversación se direcciona hacia el modo ideal de
resolver los problemas que plantea el docente. El estudiante se limita a
escuchar y asentir al maestro. Asume un sentimiento de culpa impuesto por la
autoridad.
Cuando aparece
la impotencia, el maestro no sabe qué hacer con el niño. Lo castiga desde su
lugar como autoridad. Esta motivación para el castigo convierte al maestro en
un maltratador, más que en un educador que busca rectificar un comportamiento
inadecuado.
La poca
participación del estudiante en este intento de diálogo provoca un resto de
hostilidad y resistencia hacia el maestro. En este panorama que dibuja al
docente comoautoridad plena, su figura se tiñe de cierto respeto temeroso. Ante
esta posibilidad, el maestro tiende a regular su rol de autoridad para que
fluctúe entre la comprensión necesaria y el rigor requerido en el aula. El
docente apela al diálogo como mecanismo para prevenir las actitudes y
comportamientos transgresores y, cuando no logró mantener el orden a pesar de
las advertencias, la sanción le ofrece los mecanismos de restitución. Dentro
del proceso de aprendizaje resulta igual de fundamental las dinámicas que
garantizan el respeto como aquellas que castigan las infracciones. Ambas
validan la posición de autoridad del docente.
ANTES DE
CASTIGAR
El castigo
supone una forma inmediata de sancionar al niño. Esta rapidez no conlleva un
aprendizaje en el estudiante. Con más frecuencia de la deseada, el niño no
logra identificar el motivo de la sanción y, por tanto, no puede revertir la
situación previa.
1.
Intencionalidad
La habilidad
de los niños, sobre todo en edades precoces, no es la misma que la de los
adultos. La capacidad motriz presenta ciertas limitaciones semejantes a
torpezas.
El ímpetu de
los niños por “ser mayores” los lleva a actuar como adultos y, dentro de ese
margen de torpezas, hacer cosas de manera inadecuada. Por eso, antes de
sancionarlo, se plantea una reflexión previa. ¿El incumplimiento se debe a un
acto voluntario de quebrantar las pautas o al desconocimiento de la pauta
misma?
En el primer
caso, la voluntariedad exige una medida que restituya la disciplina. Ante el
segundo caso, se recomienda explicar la importancia del cumplimiento de las
pautas como parte del bien colectivo.
2.
Expectativa
Las normativas educativas disponen el cumplimiento de ciertos
contenidos académicos durante un determinado periodo de tiempo. Estas
disposiciones obligan al docente a planificar sus clases y cumplir, de esta
manera, los objetivos trazados.
El docente imparte las clases y estima un rendimiento parejo de los
estudiantes. De esta manera constata el avance de contenidos. El sistema de validación se sustenta en la
comparación entre lo esperado y lo logrado.
Muchas veces, las expectativas no son alcanzadas por todos los
estudiantes del mismo modo o al mismo tiempo. Cumplir los objetivos con este
grupo de estudiantes requiere más paciencia y entrega.
Hacer las cosas de manera incorrecta no siempre es sinónimo de desidia
o indisciplina. Con más frecuencia de la normal, antes de un castigo, se
requiere una dinámica diferente para obtener el objetivo deseado.
3.
Solución
“Soluciona la causa y evitarás muchos problemas”. Este planteamiento
pedagógico promueve una actitud diferente ante la indisciplina. La sanción
duele, pero no enseña. Corregir comportamientos transgresores involucra dar
solución a problemas reales.
El diálogo, como se expuso anteriormente, permite la búsqueda
consensuada de soluciones. A través de la conversación, maestro y estudiante
analizan las consecuencias que provoca el acto de indisciplina. Este diálogo
permite al estudiante evaluar las implicaciones que tiene en los otros su
desorden y, por tanto, le permite comprender la sanción impuesta. Sólo así,
comprendiendo las causas y los efectos provocados por los actos propios, se
evitará replicar los mismos.
4.
Tiempo
La decepción
que puede sufrir un profesor ante una trasgresión provoca una reacción
inmediata. En caso de no castigar la indisciplina, argumentan, puede
provocarse un desorden mayor y crear un clima caótico en el curso. Por eso,
la celeridad en la sanción ayuda a mantener el orden.
Esa misma
celeridad, provoca excesos en el castigo y, por consiguiente, quebranta la
relación de confianza en el profesor. Se genera una imagen del docente castigador,
rígido, incluso, dictatorial.
La reacción
inmediata, sobre todo cuando se perdió la paciencia, saca lo peor de uno
mismo. La descompostura provoca gritos que desmerecen la figura del docente
como autoridad equilibrada.
Antes de
castigar, es bueno dar un tiempo, breve al menos, para evaluar el hecho
alejado de aspectos emocionales. Permitirá buscar una sanción coherente con
la falta, lo que provoca un aprendizaje inmediato para el estudiante.
La calma es
la mejor compañía para el docente.
Finalmente,
es bueno recordar el famoso dicho "quiéreme cuando menos lo merezca,
porque será cuando más lo necesite".
El amor del docente debe sobreponerse a las situaciones más adversas y
demostrar afecto ante un estudiante que, por lo general, de distancia de un
entorno que considera agresivo.
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