Dedicada a los docentes

Revista Digital de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas, un proyecto de la Conferencia Episcopal de Bolivia.

miércoles, 9 de agosto de 2017

¿PREMIO O CASTIGO?: LA DISCIPLINA ESTÁ EN CRISIS



Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".  
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas 

- He escuchado muchas veces quejarse a los profesores que los “niños de ahora son más impertinentes que antes”. También llegan padres de familia a los colegios para pedir consejo a la hora de educar a sus hijos. “Ningún castigo le corrige” reclaman con cierta desesperación. Parece que la disciplina está en crisis.

El pedagogo norteamericano L.R. Knost distingue entre disciplina y castigo: “La disciplina ayuda a un niño a resolver un problema. El castigo hace que un niño sufra por tener un problema. Para solventar un problema céntrense en las soluciones, no en las represalias”. A partir de ahí, analizamos el castigo como mecanismo de disciplina.

¿Cómo hacer que los estudiantes sean obedientes en el aula, y por qué no, en la casa? A estas alturas del debate, muchos especialistas cuestionan la validez de algunas sanciones como mecanismo de corrección. Incluso, en la mayoría de los países, la legislación ya ha reglamentado ciertos comportamientos penales a la hora de aplicar el castigo. ¡Ya está prohibido chicotear a los estudiantes, por suerte!

El castigo, exponen los pedagogos, se considera una técnica educativa basada en la carencia de algo. Ayuda a suprimir conductas indeseables en el niño. A pesar de su “eficacia” no es un instrumento muy adecuado para alentar el proceso educativo y debemos restringir mucho su aplicación.




Mariela Cacciola, psicóloga que participa en el blog de educación Dulce Crianza, se pregunta si los castigos sirven de algo. “Si queremos que nuestros chicos obedezcan muchas veces sí pueden ser eficaces en algunos casos“ confirma, al tiempo que matiza su afirmación “pero los castigos por sí solos no sirven”.

El castigo construye un sentimiento de culpabilidad en el estudiante, por tanto, no educa realmente. Siembre la semilla del miedo ante ciertos comportamientos que evitará en un futuro por el temor a ser reprobado por un ser querido. El niño percibe que el castigo es una sanción que se le aplica cuando se equivoca, cuando no actúa de acuerdo a las expectativas del docente. Ante el miedo a ser humillado o apartado, el estudiante modera su comportamiento. De esta manera se logra un resultado a corto plazo, pero se incuba un problema en el plazo más largo.

“Con el castigo solo se aprende lo que no se debe hacer. No enseña ningún comportamiento correcto”, sentencia la psicopedagoga Purificación Cruz. Desde su experiencia observa como el temor a la sanción o privación de algo enseña a no actuar. Sirve, reitera el experto estadounidense, para eliminar conductas indeseables, pero no para suscitar las deseables.



Cruz trabaja como maestra de Infantil y primaria en un colegio ubicado en una zona fronteriza. Desde su experiencia, destaca los efectos negativos del castigo:

Provoca reacciones emocionales negativas en el niño como el odio, la    rabia y la ira.
- Produce una aversión y rechazo hacia la persona que aplica el castigo
- Si el castigo es una forma de corrección permanente y prolongada se habitúa al mismo y ya no surte el efecto esperado.

Por ello, tanto Cacciola como Cruz recomiendan que el castigo sea el último de los recursos previstos en el aula. Identifican dos tipos de castigos habituales: los privativos y los aversivos. Los primeros buscan privar al estudiante de algo que les resulte apetecible y satisfactorio. De esta manera notarán la ausencia de algo. Los aversivos son considerados como los castigos más agresivos y dañinos para los menores puesto que se basan en provocar situaciones penosas o desagradables como forma de corrección.

La psicopedagoga Silvia Bono sugiere que los docentes conozcan los gustos y preferencias de los estudiantes para establecer una jerarquía de sanciones que sea percibida por ellos como un indicador de la gravedad. Recomienda a los docentes la comunicación para alentar los pautas de relacionamiento dentro del aula (también pueden extenderse fuera el espacio escolar). “Los límites aparecen solos”, corrobora. 

Bono profundiza en el tema desde la actuación de los docentes. “El problema es que hoy los adultos estamos discutiendo mucho sobre los conceptos “castigar” o “disciplinar” y los vinculamos siempre con el autoritarismo (porque crecimos con ese modelo de crianza). Cuestionamos esa forma de disciplinar y nos vamos al otro extremo: no hacemos nada, no sabemos cómo hacerlo. Los hechos demuestran que de alguna manera la conducta debe orientarse; no desde el autoritarismo, pero sí debemos hacerlo. Yo cambiaría la palabra castigo por sanción. Los chicos deben entender que todo acto incorrecto tiene una sanción”.




Para Purificación Cruz, las sanciones deben buscar como fin inmediato revertir el comportamiento inadecuado. Por ello, se atreve a puntualizar algunos consejos que debemos observar antes de aplicar una sanción:

·            Aplicarse de forma inmediata para que el estudiante relacione la sanción con el actuar inapropiado.
·            Administras las sanciones de forma consistente, siempre que se produzca un actuar similar se aplica una sanción idéntica. El capricho o la diferencia de comportamientos por parte del profesor no sólo desconcierta a los estudiantes, sino que incrementa la desigualdad entre ellos.
·            Aplicarlo de forma contundente. La sanción debe proporcionar una sensación de ausencia mayor que el beneficio adquirido con el comportamiento inadecuado.
·            Explicar con claridad los motivos por los cuales se dispone la sanción. Es primordial que el estudiante no despierte un sentimiento equivocado e interprete la sanción como falta de aprecio o cariño por el docente.

La comunicación es fundamental para que niños y docentes compartan un mismo mensaje. “Hay que poner todas las cartas sobre la mesa y dialogar; no desde el autoritarismo, pero sí con una posición firme. Somos docentes, no amigos. Tenemos que transmitirles valores: enseñarles que si hicieron algo malo se deben hacer cargo, y brindarles ayuda si es necesario”, concluye Bono.

EL PREMIO COMO MOTIVACIÓN POSITIVA



“Darle la vuelta a la tortilla” se convirtió en una canción viral en España. Proponía un mensaje llamativo para invitar a la población a cambiar las actitudes negativas por mensajes positivos de aliento. Silvia Bono aplica esta misma sugerencia al trabajo disciplinar en el aula. La autoridad del docente puede imponerse como la figura que castiga o puede construirse a través de los incentivos de aliento. “Darle la vuelta a la tortilla” recomienda menos castigos y más aliento a los comportamientos deseados. Así, se potencia la imitación de las actitudes deseadas.

El elogio, propone Silvia Bono, despierta en los estudiantes la necesidad de aceptación. “El premio es una de las técnicas más empleadas en la educación y que más ha mostrado su poder para implementar conductas”, confirma Purificación Cruz. Por ello, alienta un sentido de cumplimiento que normaliza un comportamiento deseable.

Los elogios son más eficaces que las críticas. Es mejor potenciar los logros conseguidos, aunque sean pocas, que acentuar los errores, a veces involuntarios, que se producen. Para que la motivación positiva despierte el interés de los estudiantes se recomiendan algunos aspectos claves como otorgarse de manera inmediata y ser administrada con una frecuencia óptima. Al igual que con la sanción, el elogio o premiación debe comunicarse adecuadamente y de forma clara a la clase. El reconocimiento positivo, y no excluyente, supone un incentivo directo para que otros estudiantes validen los comportamientos deseables.
La “terapia” del elogio apunta a la definición de la conducta deseable. El salón de clases concuerda los parámetros idóneos de convivencia. Es un ejercicio de comunicación que involucra a todos los participantes como responsables del cumplimiento de las disposiciones asumidas. En el fondo, se trabaja con miras a un modelo ideal discutido y compartido.




Parte de la dinámica de sugiere determinar una jerarquización de los premios que se pueden alcanzar. De esta manera, también se aporta con un valor educativo al involucrar a los estudiantes en la consecución de metas y premios.

El profesor de psiquiatría infantil en el centro médico Langone, perteneciente a la universidad de Nueva York, Timothy Verduin, considera que “cuando uno empieza a elogiarlos, aumenta la frecuencia del buen comportamiento”. El profesor Verduin diferencia tres niveles de elogio o reconocimiento para los estudiantes:

·            Materiales: el beneficio obtenido es de carácter material
·            Sociales: el elogio refuerza el carácter social mediante felicitaciones públicas o halagos dentro del aula.
·            Actividades: es otra forma de reconocer el aporte positivo de un estudiante. Se le premia con el permiso para ciertas actividades que los estudiantes perciben como apetecibles.

Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".  
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas 

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