Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
- He escuchado muchas veces quejarse a los
profesores que los “niños de ahora son más impertinentes que antes”. También
llegan padres de familia a los colegios para pedir consejo a la hora de educar
a sus hijos. “Ningún castigo le corrige” reclaman con cierta desesperación.
Parece que la disciplina está en crisis.
El pedagogo norteamericano L.R. Knost distingue
entre disciplina y castigo: “La disciplina ayuda a un niño a resolver un
problema. El castigo hace que un niño sufra por tener un problema. Para
solventar un problema céntrense en las soluciones, no en las represalias”. A
partir de ahí, analizamos el castigo como mecanismo de disciplina.
¿Cómo hacer que los estudiantes sean obedientes en
el aula, y por qué no, en la casa? A estas alturas del debate, muchos
especialistas cuestionan la validez de algunas sanciones como mecanismo de
corrección. Incluso, en la mayoría de los países, la legislación ya ha
reglamentado ciertos comportamientos penales a la hora de aplicar el castigo.
¡Ya está prohibido chicotear a los estudiantes, por suerte!
El castigo, exponen los pedagogos, se considera una
técnica educativa basada en la carencia de algo. Ayuda a suprimir conductas
indeseables en el niño. A pesar de su “eficacia” no es un instrumento muy
adecuado para alentar el proceso educativo y debemos restringir mucho su
aplicación.
Mariela Cacciola, psicóloga que participa en el
blog de educación Dulce Crianza, se pregunta si los castigos sirven de algo.
“Si queremos que nuestros chicos obedezcan muchas veces sí pueden ser eficaces
en algunos casos“ confirma, al tiempo que matiza su afirmación “pero los
castigos por sí solos no sirven”.
El castigo construye un sentimiento de culpabilidad
en el estudiante, por tanto, no educa realmente. Siembre la semilla del miedo
ante ciertos comportamientos que evitará en un futuro por el temor a ser
reprobado por un ser querido. El niño percibe que el castigo es una sanción que
se le aplica cuando se equivoca, cuando no actúa de acuerdo a las expectativas
del docente. Ante el miedo a ser humillado o apartado, el estudiante modera su
comportamiento. De esta manera se logra un resultado a corto plazo, pero se
incuba un problema en el plazo más largo.
“Con el castigo solo se aprende lo que no se debe
hacer. No enseña ningún comportamiento correcto”, sentencia la psicopedagoga
Purificación Cruz. Desde su experiencia observa como el temor a la sanción o
privación de algo enseña a no actuar. Sirve, reitera el experto estadounidense,
para eliminar conductas indeseables, pero no para suscitar las deseables.
Cruz trabaja como maestra de Infantil y primaria en
un colegio ubicado en una zona fronteriza. Desde su experiencia, destaca los
efectos negativos del castigo:
- Provoca
reacciones emocionales negativas en el niño como el odio, la rabia y la ira.
- Produce
una aversión y rechazo hacia la persona que aplica el castigo
- Si
el castigo es una forma de corrección permanente y prolongada se habitúa al
mismo y ya no surte el efecto esperado.
Por ello, tanto Cacciola como Cruz recomiendan que
el castigo sea el último de los recursos previstos en el aula. Identifican dos
tipos de castigos habituales: los privativos y los aversivos. Los primeros
buscan privar al estudiante de algo que les resulte apetecible y satisfactorio.
De esta manera notarán la ausencia de algo. Los aversivos son considerados como
los castigos más agresivos y dañinos para los menores puesto que se basan en provocar
situaciones penosas o desagradables como forma de corrección.
La psicopedagoga Silvia Bono sugiere que los
docentes conozcan los gustos y preferencias de los estudiantes para establecer
una jerarquía de sanciones que sea percibida por ellos como un indicador de la
gravedad. Recomienda a los docentes la comunicación para alentar los pautas de
relacionamiento dentro del aula (también pueden extenderse fuera el espacio
escolar). “Los límites aparecen solos”, corrobora.
Bono profundiza en el tema desde la actuación de
los docentes. “El problema es que hoy los adultos estamos
discutiendo mucho sobre los conceptos “castigar” o “disciplinar” y los
vinculamos siempre con el autoritarismo (porque crecimos con ese modelo de
crianza). Cuestionamos esa forma de disciplinar y nos vamos al otro extremo: no
hacemos nada, no sabemos cómo hacerlo. Los hechos demuestran que de alguna
manera la conducta debe orientarse; no desde el autoritarismo, pero sí debemos
hacerlo. Yo cambiaría la palabra castigo por sanción. Los chicos deben entender
que todo acto incorrecto tiene una sanción”.
Para Purificación Cruz, las sanciones deben buscar como fin inmediato
revertir el comportamiento inadecuado. Por ello, se atreve a puntualizar
algunos consejos que debemos observar antes de aplicar una sanción:
·
Aplicarse de
forma inmediata para que el estudiante relacione la sanción con el actuar
inapropiado.
·
Administras
las sanciones de forma consistente, siempre que se produzca un actuar similar
se aplica una sanción idéntica. El capricho o la diferencia de comportamientos
por parte del profesor no sólo desconcierta a los estudiantes, sino que
incrementa la desigualdad entre ellos.
·
Aplicarlo de
forma contundente. La sanción debe proporcionar una sensación de ausencia mayor
que el beneficio adquirido con el comportamiento inadecuado.
·
Explicar con
claridad los motivos por los cuales se dispone la sanción. Es primordial que el
estudiante no despierte un sentimiento equivocado e interprete la sanción como
falta de aprecio o cariño por el docente.
La comunicación es fundamental para que niños y docentes compartan un
mismo mensaje. “Hay que poner todas las cartas sobre la mesa y dialogar; no
desde el autoritarismo, pero sí con una posición firme. Somos docentes, no
amigos. Tenemos que transmitirles valores: enseñarles que si hicieron algo malo
se deben hacer cargo, y brindarles ayuda si es necesario”, concluye Bono.
EL PREMIO COMO MOTIVACIÓN POSITIVA
“Darle la vuelta a la tortilla” se convirtió en una canción viral en
España. Proponía un mensaje llamativo para invitar a la población a cambiar las
actitudes negativas por mensajes positivos de aliento. Silvia Bono aplica esta
misma sugerencia al trabajo disciplinar en el aula. La autoridad del docente
puede imponerse como la figura que castiga o puede construirse a través de los
incentivos de aliento. “Darle la vuelta a la tortilla” recomienda menos
castigos y más aliento a los comportamientos deseados. Así, se potencia la
imitación de las actitudes deseadas.
El elogio, propone Silvia Bono, despierta en los estudiantes la
necesidad de aceptación. “El premio es una de las técnicas más empleadas en la
educación y que más ha mostrado su poder para implementar conductas”, confirma
Purificación Cruz. Por ello, alienta un sentido de cumplimiento que normaliza
un comportamiento deseable.
Los elogios son más eficaces que las críticas. Es mejor potenciar los
logros conseguidos, aunque sean pocas, que acentuar los errores, a veces
involuntarios, que se producen. Para que la motivación positiva despierte el
interés de los estudiantes se recomiendan algunos aspectos claves como
otorgarse de manera inmediata y ser administrada con una frecuencia óptima. Al
igual que con la sanción, el elogio o premiación debe comunicarse adecuadamente
y de forma clara a la clase. El reconocimiento positivo, y no excluyente,
supone un incentivo directo para que otros estudiantes validen los
comportamientos deseables.
La “terapia” del elogio apunta a la definición de la conducta deseable.
El salón de clases concuerda los parámetros idóneos de convivencia. Es un
ejercicio de comunicación que involucra a todos los participantes como
responsables del cumplimiento de las disposiciones asumidas. En el fondo, se
trabaja con miras a un modelo ideal discutido y compartido.
Parte de la dinámica de sugiere determinar una jerarquización de los
premios que se pueden alcanzar. De esta manera, también se aporta con un valor
educativo al involucrar a los estudiantes en la consecución de metas y premios.
El profesor de psiquiatría infantil en el centro médico Langone, perteneciente
a la universidad de Nueva York, Timothy Verduin, considera que “cuando uno
empieza a elogiarlos, aumenta la frecuencia del buen comportamiento”. El
profesor Verduin diferencia tres niveles de elogio o reconocimiento para los
estudiantes:
·
Materiales:
el beneficio obtenido es de carácter material
·
Sociales: el
elogio refuerza el carácter social mediante felicitaciones públicas o halagos
dentro del aula.
·
Actividades:
es otra forma de reconocer el aporte positivo de un estudiante. Se le premia
con el permiso para ciertas actividades que los estudiantes perciben como
apetecibles.
Fuente: Redacción "Diálogo Educativo".
Una producción de la Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
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