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Los niños desarrollan las actitudes creativas
a temprana edad. La libertad intelectual y emotiva que genera alienta a un
crecimiento integral. El sistema educativo actual promueve la competitividad como
parámetro de medición.
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Fuente: Redacción Diálogo Educativo
Una producción de Fundación Casa Editorial Bienaventuranzas
Tras años de experiencia en la banca comercial, el economista Joan Antoni Melé lleva siete años centrando su trabajo en la formación en humanidades y la educación de las nuevas generaciones. Ha conocido, en carne propia, los resultados del sistema educativo actual y busca implementar nuevas metodologías que capaciten a los estudiantes para afrontar nuevos retos humanos, sociales y profesionales.
A través de sus conferencias y libros, Melé
analiza las debilidades del sistema educativo imperante. Reclama, ante todo, el
excesivo celo que los ministros y las autoridades de educación prestan a los
resultados de las pruebas PISA. Las políticas que iluminan el ejercicio docente
reclaman mayor atención a aspectos como las matemáticas, las ciencias o la
gramática, contenidos que se priorizan en la evaluación PISA. La educación se
homogeneiza para obtener un resultado superior cada año. El proceso educativo
se centra en la evaluación PISA, lo que obliga a los docentes a destinar tiempo
en el diseño de los programas que debe implementar. El estudiante se relega a
un lugar terciario, desatendiendo sus requerimientos formativos.
En sus cursos de transformación personal y
autoconocimiento, Joan Antoni Melé reflexiona sobre el modelo educativo actual,
un modelo que prioriza los aspectos competitivos de la educación. Los métodos
de aprendizaje persiguen un tipo de estudiante preparado para afrontar trabajos
técnicos, un estudiante que se adapte con facilidad a los trabajos y genere una
rentabilidad inmediata a las empresas. La lógica actual que prima en la
educación persigue un parámetro de formación clónica, atiende a todos los
estudiantes por igual como si fueran autómatas.
Para Melé, la educación actual se enfoca en
los aprendizajes técnicos. Son los aprendizajes que una sociedad competitiva
reclama. Con el argumento de capacitar a los estudiantes para ser los mejores,
se ha impuesto un factor de competencia en la educación que acarrea, de manera
paralela, un sentimiento de miedo. La cultura de la competencia exagerada
impuesta por los defensores de las evaluaciones como el PISA provoca, de manera
inmediata, una sensación de miedo en los estudiantes y sus padres. ¿Qué ocurre
si no se logra ser los mejores? ¿Estará la vida destinada al fracaso por no
obtener los puestos de trabajo más apetecibles?
La centralidad del ser humano, del estudiante,
dentro del proceso
educativo ha quedado supeditada en favor de las estadísticas.
Joan Antoni Melé defiende la necesidad de
retomar la formación humanista como prioridad. “Educar es acompañar al niño
para que llegue a ser él mismo, para que pueda desarrollar sus capacidades, no las que alguien ha dicho que son las estándar o
las que hay que tener”. La educación que se reclama para la sociedad del futuro
persigue un niño fantástico en música o pintura aunque en otra cosa no
destaque. “Pero no pasa nada, es su vida, su destino” reitera Melé. El
estudiante tiene que ser plenamente feliz y ser capaz de desarrollar todo esto
y estar en el mundo con sus capacidades.
La educación “contempla la armonía entre
enseñar y pensar, enseñar educación emocional, enseñar a relacionarnos de otra
manera con los demás, sobre todo a través de la educación afectiva y de la
educación de la voluntad”.
Cuando un niño es pequeño hay que educarle en la voluntad, no en una
educación intelectual prematura. Hay que educar la voluntad, los hábitos, y
luego dar importancia a la educación emocional.
La escuela está destinada a formar personas, a preparar estudiantes para
que sean libres. El ambiente escolar requiere un espacio agradable donde el
estudiante se sienta en la libertad de crear, de aprender; un lugar donde se
desplaza por completo la sensación de miedo y la palabra fracaso.
Nos encontramos en contextos en los cuales se pone a disposición de los
niños una amplia diversidad de elementos tecnológicos: desde la televisión, los
videojuegos hasta las tabletas y los teléfonos inteligentes. De esta forma se
mata la creatividad. En algunas corrientes educativas se ha llegado a insinuar
que no es necesario enseñar a escribir a los niños y proclaman la importancia
de capacitar en las nuevas tecnologías a los estudiantes. Para Melé, Se trata
de la apología “del mínimo esfuerzo”.
Tanto los docentes como los padres de familia están en la obligación de
pensar en la educación que se ofrece a los estudiantes. Esta educación que se
plantea trata de preparar a los estudiantes para el futuro que se avecina, una
preparación que se centra en aportar desde las capacidades y no en adaptarse a
un modelo funcional.
"El estudianter tiene que ser el centro del sistema educativo. Esto no
lo
debemos perder de vista”, reitera constantemente José Antoni Melé.
Al estudiante hay que explicarle por medio de
los cuentos. Estas lecturas contribuyen a fortalecer la capacidad imaginativa
que, a la larga, influye
en la capacidad de crear nuevas cosas.
Desde la experiencia recopilada por Melé, elogia los modelos de
educación que priorizan la creatividad desde tempranas edades, precisamente la
etapa en la que no tienen miedo y se le puede enseñar a ser activos. En los
primeros años se educa la voluntad y la bondad. Una dinámica interesante
consiste en hacer las cosas por los demás. Un niño de 7 años que es parte del
aprendizaje de niños menores se siente feliz por su aporte. A su vez, los
menores, crecen con la ilusión de llegar a esa edad para ayudar.
A modo de ejemplo, elogia las experiencias y los logros alcanzados por
los modelos pedagógicos de Waldorf y Montessori. Considera que ambos métodos
han resultado exitosos en diversos lugares del mundo donde se han implementado
con sostenibilidad. Ambos llaman la atención por su “visión integral del ser
humano” destaca, al tiempo que reseña la facilidad con la cual se adaptan a las
diversas culturas y a los distintos ritmos de aprendizaje de los niños. Es
decir, huyen de las dinámicas de enseñanza uniforme que con tanta insistencia
reclamaba Melé.
“La clave es la educación, educar íntegramente al ser humano para que de
adulto sea libre, creativo y capaz de relacionarse bien con los demás; un ser
humano integral”.
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